Hoy es un sábado más. Un recuerdo tuyo más desaparecerá. Es increíble cómo solo en un mes me ha invadido fuertemente la nostalgia de aquellos días. Sí, nuestros días, aquella transición casi imposiblemente hermosa entre nosotros niños y nosotros jóvenes. Y es que te lo he dicho otras veces, que eres el gran portón de bienvenida de mis años adolescentes. Eres la esencia de lo que anhelo y se encuentra lejos, en un nunca volver. Eres la revolución personal más grandiosa que jamás volverá a pasar. Así de hermosa.
Hoy es nuevamente sábado. Yo solo en el departamento no hago más que disfrutar del sueño hasta las once con cincuenta, cuando mi perro se sube en la cama a perturbarme con sus pisadas, sus mordidas y sus lengüetazos. Sigue siendo Nanaki y no otro. ¿Lo recuerdas cierto? Le pusimos el nombre la misma tarde que llegó a mi casa. Fue tu idea. Es él quien espera a por mí durante las noches mientras trabajo, mientras me aventuro, mientras escapo. Es él quien no me dejará nunca. Al contrario, soy yo quien lo abandono cada tarde del sábado por un estúpido capricho, por un muy imbécil respiro. Soy repugnante a veces. Lo sé, pero ni siquiera quiero dejar de serlo. Necesito el respiro como consecuencia de recordarte. Preparo todo para embarcarme de nuevo.
Me levanto, tomo una ducha, me visto, limpio el dormitorio, el living, el comedor, la cocina. Preparo el almuerzo, liviano, rápido, rico. Nanaki se divierte jugando con su hueso. Está gastado, le compraré uno nuevo. Hay buena música de fondo, buen volumen, con trompetas, charangos, acordeones, voz armoniosa. Me sirvo mi plato y un vaso de jugo natural de frutilla. Le sirvo a Nanaki, y lleno su recipiente de agua fresca. Comemos juntos. Continúa la música, los ventanales abiertos y el viento moviendo las cortinas castañas. Oh, sábado. Uno entre muchos otros.
Lavo todo y descanso. Acaricio al perro. Me lame la mano. Leo otro capítulo de mi novela. Luego me arreglo antes de salir. Un poco de perfume. Me despido de Nanaki. Se queda mirándome frente a la puerta hasta el momento de cerrarla frente a sus ojos. Siempre hay un ladrido, como diciéndome “no vayas” una vez más. Bien, sé que son ilusiones mías. Tonteras, soy solo yo quien lo piensa. Y parto.
Hoy me he demorado un poco más de lo normal en engancharme una. Pero lo hice. Con dinero, buena vestimenta, el perfume que me regalaste, y palabras bellas precisas se puede lograr con insistencia envolverte una muchacha. Nos vamos a un hotel, al de la avenida 34 en Sunshine Park, al de siempre, y pedimos la habitación 204. Pasamos horas divirtiéndonos con nuestros cuerpos. Una y otra vez, como dos apasionados enamorados en un reencuentro esplendoroso. Será ella, seré yo, no sé, pero esta vez ha sido distinto. Será por que te mantuve en mi mente todo el tiempo. No te he olvidado. Y continuamos con lo nuestro cada vez, besándonos, acariciándonos, violentándonos con mentiras mutuas que no hacen más que hundirnos en el vacío del eterno retorno a la soledad. Tuve a un cuerpo a merced mía toda la tarde, pero no tuve a alguien para nada como tu. Es lo mismo de siempre. Cerca de la medianoche, mientras supuestamente ambos dormimos ya cansados, me levanto, me arreglo y me voy del hotel silenciosamente. No hubo despedida, ni gestos o palabras algunas. Solo me voy. Sé que no la volveré a ver, como cada sábado. Esa es la ventaja de elegir un lugar tan lejos del hogar. Solo extraños que no requieren de tus historias pasan alrededor tuyo. Eso es lo triste. No les importas para nada. Ni a mi me interesan sus detalles más que sus cuerpos.
Y camino en el frío. Pasan y pasan personas. Entro a un café. Me tomo algo mientras pienso. Pienso, y no puedo dejar de verte en el día en que tuviste que partir. Te fuiste, y dejaste todo en el aire, y se desvanece ahora. Y yo contribuyo a eso. Por eso, en ese mismo momento, salgo fuera y me dirijo al parque. Me siento en una de las bancas y saco tu última fotografía. Es una donde sales a los ocho años vestida de princesa. Es hermosa. Lo sé, por eso comienzo a llorar mientras saco el encendedor y pongo la llama bajo ella. Se quema, poco a poco, y despareces de mi vista tal como aquel día. Una vez más te vas. Te vas. Por mi culpa te vas de nuevo. Yo lo provoqué. Ya no puedo verte, no puedo reconocerte. Con ambas manos me tapo el rostro y me mantengo así durante minutos. Por qué. No aguanto a veces. Ya nada me queda de tu persona. Nada. Muchos sábados han pasado. Muchos recuerdos he desechado. Oh, maldito sábado. Maldita soledad de ti. Hago estas cosas sin entender más que mi propio sufrimiento. Pero no, llegaré a una resolución. Ya no quedará nada. Y podré salir y no recordarte. Podré salir y decir que me he despojado de toda tu esencia. Podré más fácilmente fingirle al mundo que no me importa no tenerte. Solo quedarás en mi interior. Serás mi historia no vivida. Y las veces que sea necesario, me embarcaré cada sábado para borrar un poco más de tu esencia. Volveré, una y otra vez, hasta que sea capaz de buscarte y volver a verte...... o de olvidarte.
Vuelvo, abro la puerta. Nanaki está despierto con su plato bajo sus pies. Mueve su cola. Me ladra.
Hoy es nuevamente sábado. Yo solo en el departamento no hago más que disfrutar del sueño hasta las once con cincuenta, cuando mi perro se sube en la cama a perturbarme con sus pisadas, sus mordidas y sus lengüetazos. Sigue siendo Nanaki y no otro. ¿Lo recuerdas cierto? Le pusimos el nombre la misma tarde que llegó a mi casa. Fue tu idea. Es él quien espera a por mí durante las noches mientras trabajo, mientras me aventuro, mientras escapo. Es él quien no me dejará nunca. Al contrario, soy yo quien lo abandono cada tarde del sábado por un estúpido capricho, por un muy imbécil respiro. Soy repugnante a veces. Lo sé, pero ni siquiera quiero dejar de serlo. Necesito el respiro como consecuencia de recordarte. Preparo todo para embarcarme de nuevo.
Me levanto, tomo una ducha, me visto, limpio el dormitorio, el living, el comedor, la cocina. Preparo el almuerzo, liviano, rápido, rico. Nanaki se divierte jugando con su hueso. Está gastado, le compraré uno nuevo. Hay buena música de fondo, buen volumen, con trompetas, charangos, acordeones, voz armoniosa. Me sirvo mi plato y un vaso de jugo natural de frutilla. Le sirvo a Nanaki, y lleno su recipiente de agua fresca. Comemos juntos. Continúa la música, los ventanales abiertos y el viento moviendo las cortinas castañas. Oh, sábado. Uno entre muchos otros.
Lavo todo y descanso. Acaricio al perro. Me lame la mano. Leo otro capítulo de mi novela. Luego me arreglo antes de salir. Un poco de perfume. Me despido de Nanaki. Se queda mirándome frente a la puerta hasta el momento de cerrarla frente a sus ojos. Siempre hay un ladrido, como diciéndome “no vayas” una vez más. Bien, sé que son ilusiones mías. Tonteras, soy solo yo quien lo piensa. Y parto.
Hoy me he demorado un poco más de lo normal en engancharme una. Pero lo hice. Con dinero, buena vestimenta, el perfume que me regalaste, y palabras bellas precisas se puede lograr con insistencia envolverte una muchacha. Nos vamos a un hotel, al de la avenida 34 en Sunshine Park, al de siempre, y pedimos la habitación 204. Pasamos horas divirtiéndonos con nuestros cuerpos. Una y otra vez, como dos apasionados enamorados en un reencuentro esplendoroso. Será ella, seré yo, no sé, pero esta vez ha sido distinto. Será por que te mantuve en mi mente todo el tiempo. No te he olvidado. Y continuamos con lo nuestro cada vez, besándonos, acariciándonos, violentándonos con mentiras mutuas que no hacen más que hundirnos en el vacío del eterno retorno a la soledad. Tuve a un cuerpo a merced mía toda la tarde, pero no tuve a alguien para nada como tu. Es lo mismo de siempre. Cerca de la medianoche, mientras supuestamente ambos dormimos ya cansados, me levanto, me arreglo y me voy del hotel silenciosamente. No hubo despedida, ni gestos o palabras algunas. Solo me voy. Sé que no la volveré a ver, como cada sábado. Esa es la ventaja de elegir un lugar tan lejos del hogar. Solo extraños que no requieren de tus historias pasan alrededor tuyo. Eso es lo triste. No les importas para nada. Ni a mi me interesan sus detalles más que sus cuerpos.
Y camino en el frío. Pasan y pasan personas. Entro a un café. Me tomo algo mientras pienso. Pienso, y no puedo dejar de verte en el día en que tuviste que partir. Te fuiste, y dejaste todo en el aire, y se desvanece ahora. Y yo contribuyo a eso. Por eso, en ese mismo momento, salgo fuera y me dirijo al parque. Me siento en una de las bancas y saco tu última fotografía. Es una donde sales a los ocho años vestida de princesa. Es hermosa. Lo sé, por eso comienzo a llorar mientras saco el encendedor y pongo la llama bajo ella. Se quema, poco a poco, y despareces de mi vista tal como aquel día. Una vez más te vas. Te vas. Por mi culpa te vas de nuevo. Yo lo provoqué. Ya no puedo verte, no puedo reconocerte. Con ambas manos me tapo el rostro y me mantengo así durante minutos. Por qué. No aguanto a veces. Ya nada me queda de tu persona. Nada. Muchos sábados han pasado. Muchos recuerdos he desechado. Oh, maldito sábado. Maldita soledad de ti. Hago estas cosas sin entender más que mi propio sufrimiento. Pero no, llegaré a una resolución. Ya no quedará nada. Y podré salir y no recordarte. Podré salir y decir que me he despojado de toda tu esencia. Podré más fácilmente fingirle al mundo que no me importa no tenerte. Solo quedarás en mi interior. Serás mi historia no vivida. Y las veces que sea necesario, me embarcaré cada sábado para borrar un poco más de tu esencia. Volveré, una y otra vez, hasta que sea capaz de buscarte y volver a verte...... o de olvidarte.
Vuelvo, abro la puerta. Nanaki está despierto con su plato bajo sus pies. Mueve su cola. Me ladra.
4 comentarios:
Nanaki as Red XIII ?
seeeee jajajaja ñoña...
aunque fue una mascota real mía...
pero no era perro, sino un gatito.
Insistencia... la clave de todo.
AL final nanaki... cuál era su relevancia?, no hizo nah.
Emmm es esto sobre rancagua sconf?
Creo que la máxima de tu cuenta es: Fue un buen día, fue un día de mierda. El transitar entre la ambivalencia que es incapaz de indicotomizar lo alegre de la tristeza, aunque la nostalgia muerde la cola para cubrir la historia de un halo solitario siempre. Siempre invierno y nublado en los cuentos de javier. Aunque hubieron frases explicativas que me parecieron demás, que podrían haberse quedado en la mente del personaje y al no ser tan explicita permitir que esa historia pudiera ser interiorizada y cercana.
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