25-02-2009

~ Memorias del encuentro ~


Cabizbajo, advertí cómo los rayos del Sol comenzaron a penetrar por entre los árboles que se extendían a mí alrededor. Pero estos guardaban algo extraño. Alcé mi cabeza y observé el cielo del bosque mientras caminaba, esta vez viendo claramente la inesperada iluminación que penetraba frente a mis ojos perplejos por el evento. No comprendía bien lo que sucedía, pero ninguna ansiedad mayor por saberlo me invadió, más que el agradable sentimiento de seguir experimentando aquel hermoso escenario. Tal vez unos segundos o minutos, no lo sé, pero estuve observando un momento a las hojas resplandecer frente a la intensa luminosidad plateada que terminaba por envolverlas. De pronto, mientras seguía con la mirada perdida a una de las hojas que caían desde lo alto de la copa de un árbol, lo vi. La hoja cayó suave solo unos centímetros detrás de él, quien permanecía de espaldas a mí. Al parecer, y sin estar completamente seguro de esto, no había advertido mi presencia en el lugar. Me pregunté qué podía ser aquello. Me encontraba paralizado ahora por la escena. Si las luces brillantes habían sorprendido a mi imaginación, lo que estaba observando ahora ponía en duda mi total cordura. Levanté mi brazo derecho y sequé primero las lágrimas en mis mejillas. Y me tranquilicé. Luego me dispuse a caminar hacia él, mientras intentaba comprender el por qué carecía de miedo alguno frente a lo que me disponía a hacer. Solo bastaron unos segundos para saber la respuesta a esto, pues al escuchar el crujir de las hojas bajo mi primer paso hacia él, rápidamente este se volvió hacia mí. Y los observé, y comprendí, sus ojos; profundos, penetrantes, magníficos. Eran muy bellos, y la esencia interna que parecía desprenderse de ellos era de una total paz jamás soñada. Toda confusión se disipó. Mis dudas y miedos desaparecieron por un momento, y sentí como si mi mente se sumergiera en un sueño de ilusiones de incomparable descanso. El relajo que invadió mi cuerpo fue intensamente notable, y caí de rodillas al suelo. Solo atiné a dejarme llevar por aquel universo envolvente que seguía manifestándose ante mí. Mientras, él siguió observándome. Y yo, adormecido. Hasta que finalmente sentí el despertar. No del sueño, sino del aletargo corporal. Seguidamente, la parsimoniosa criatura comenzó a acercarse, como si coordinara sus pasos con la brisa otoñal que revoloteaba en el lugar. Y cuando estuvo a menos de un metro de distancia de mi cuerpo, se detuvo suavemente. No quise reaccionar, mas solo esperar expectante. Y la criatura movió sus largos brazos y posó cada uno de ellos en mis hombros lentamente. Sonrió. Y como si todo a mí alrededor se deformara de pronto, comenzaron a desplazarse y mezclarse las imágenes de mi entorno de ensueño, desvaneciéndose los paisajes resplandecientes que me habían envuelto hace solo unos momentos. Y terminó. Así, las hojas coloridas, la mágica espesura y la suave brisa otoñal habían desaparecido. Me encontraba en el bosque ahora, pero se había ido, y estaba solo.
Todavía lo recuerdo. La brisa mecía de manera delicada mis cabellos oscuros. El voluminoso pelaje de la criatura, que doblaba en altura a mi cuerpo, parecía compartir el ritmo natural de todo el lugar. Aquel claro del bosque, en donde lo sagrado y lo temporal confundían la conciencia, continuó alimentando a mi imaginación. Y aun sin entender mucho la situación, pensaba en no querer desechar tal manifestación fantástica de mi cabeza. Quería encontrar nuevamente a aquella circunstancia que me llevó a sorprender en el claro del bosque al gran conejo color rosa.