Si descendieras poco a poco, pasando por entre las nubes justo en ese instante de silencio, me verías sentado, meciendo las piernas a orillas de una gran laguna entre las dimensiones. Me verías pensando, recordando cosas, personas quizás. Estaría con mis brazos quietos, con las palmas abiertas y con una de ellas abrazando el suave césped que me acogería. Seguiría meciendo las piernas lentamente mientras bajas a mí lado, y mi mirada seguiría fija en la laguna, eterna e infinita a la vez que grandiosa y temerosa. Permanecería allí, solitario y esperando, intentando dibujar un sueño, mientras la brisa me susurraría un encuentro. Compañía, que bien nos sonaría.
Una brisa y una sonrisa. En el crepúsculo cálido se iría mostrando la sociedad en colores pasteles, desgarrada cada vez más junto al Sol que descendería. Yo la seguiría anhelando con cuidado y extrañeza, hasta el final del día, de la vida misma. Verías entonces mi rostro de confusión y quizás, solo quizás, me verías preguntarle a algún zorro viajero del lugar en qué consistió tal fascinante escena desvanecida, y en cómo puedo lograr reencontrarme con ella. Solo allí, y en ese preciso momento, te recomendaría recordar tales palabras sabias dichas por la hermosa bestia a tu sombra, pues correría el riesgo yo de que la noche y el tiempo me arrebataran el significado pintarrajeado con entusiasmo. Es por eso que, amigo mío, por favor, si desciendes hacia donde me encuentro alguna vez, te pediría que conservaras la fotografía de aquello en ti, pues el descanso y la Luna, por más que intentara nadar cada vez hacia allí, no me darían tregua ya a mi gran cansancio.
Y si bajaras y me vieras ya nadando sin aliento hacia una esperanza perdida, pues me verías de espaldas en el agua muy tranquila, con los cálidos rayos del sol dándome energías, y con la pura visión del cielo entre mis manos alzadas y abiertas. Mis lágrimas se confundirían con el vasto océano del que sería parte y que me envolvería, y hacia el que me dirigiría dejando todo aparte. Saludos al viajero, te diría mientras corres, y te darías cuenta que donde mi mano se aferraba antes al suave césped había quedado una pequeña vieja fotografía. La tomarías, y recordarías conmovido mi rostro infante lleno de sonrisas y sin lágrimas algunas. Adiós, te diría entonces alado viajero, pues ni el tiempo ni el lugar esperan ya más por mi o por ti. Ni por todos. La imagen que lograrías captar antes de sumergir mi cabeza en el regocijo de mi propio corazón, sería a mí con los brazos estirados hacia lo alto como intentando aferrarme a algo lejano, borroso en lo alto, que ya no distinguiría. ¡Ven, por favor amigo mío! Te imaginaría antes de cerrar los ojos, si aún te quedaran alas para seguir, con tu mano sencilla y atenta, levantándome hacia el respiro del día.
Gracias. Y solo cierra tus ojos ahora para cerrar también las páginas de una melodía nostálgica ya olvidada…