01-05-2009

~ Memorias de una primavera ~

(En estos últimos momentos, frente a él, se me vienen a la cabeza todos sus recuerdos)

Yo era un regalo de parte de ella, y la misma tarde en que él me recibió ellos celebraron juntos su aniversario en casa. Se besaron cerca de mí. Al parecer a él le agradó mucho mi presencia. Dijo algunas cosas mientras me miraba, me acarició un momento, y luego siguió con ella apasionadamente abrazados, conversando, besándose, acariciándose. Ahora se miraban ellos cada vez, olvidándose de mi.
Y así era cada día. Él por la mañana se paseaba por toda la casa, haciendo cosas por uno y otro lado, sin prestarme mayor atención que con sus miradas lejanas de vez en cuando. Esto hasta el momento en que se acercaba a la ventana, en donde me encontraba yo, y junto a su regadera esmeralda me rociaba suavemente con el agua fresca dándome energías. Jugaba un poco con el macetero, acomodando la tierra y, cierto día, me adornó con pequeñas piedras de colores muy hermosas. También puso una flor de plástico naranja cerca de mí, mucho más pequeña obviamente, y la dejo ahí como supuesta compañía. Sin embargo no me acompañaba para nada, y tampoco nos parecíamos las dos. La naranja era de plástico y yo no era para nada falsa para él. Eso me alegraba.
A veces salíamos juntos al patio y me dejaba en una banca, a su lado, mientras él escribía largamente toda la tarde. Yo aprovechaba los rayos del sol para embellecerme. A veces me miraba, sonreía, y continuaba escribiendo. A veces lo llamaba ella, y conversaban unos minutos eternos en donde se demostraban su cariño. La amaba…
Y así fue como poco a poco fui enamorándome de él. Esperaba ansiosamente cada día su presencia. Esperaba desesperadamente que se acercara a atenderme, que su atención estuviera en mí aunque fuese solo por unos minutos. Esos instantes eran solo de él y yo. Ella no se encontraba en medio de nosotros. Él me acariciaba, me miraba, me cuidaba. Y yo cada vez anhelaba más su compañía. Y él, desde que su amada un día partió, anhelaba estar con ella cada segundo adicional que transcurría. Y lloraba junto a mí.
Y lo decidí. Yo no era una persona. No podía abrazarlo como otras veces lo hacía ella. Y cuando lloraba mientras leía sus cartas y veía fotografías, yo me desintegraba por dentro. No podía ayudarlo, no podía hacer nada. Y además me estaba haciendo daño a mi mismo. ¿Cómo olvidaría eso? No podía escapar tampoco de su presencia. Y lo único que se me ocurrió fue sucumbir frente a mi propia condición de flor: marchitarme.
Desde hace días atrás que me abstengo de que mis raíces absorban su agua. Me resisto a aprovechar del todo la luz del sol. Y cada día me siento más y más decaída. Mi hermosura disminuye junto con mi energía vital. Y pronto ya no viviré más para verlo. Estoy muriendo. Y pareciera que a él le apena mi situación. Se pone muy triste cuando me ve así. Pero yo sé que no es por mí. Es por ella, por que lamentablemente existo para él como un recuerdo de ella. Nada más. Y por eso, por que no puedo encaminar lo que siento, estoy dándole este final. El mejor final que puedo darme en mi condición.
Y ahora, a minutos de morir completamente, lo observo. Y él también a mí, llorando. Sigue rociándome con agua y me ha llevado al patio a por los rayos del sol. De lo único que me alegro ahora es de haberlo conocido, y de poder marchitar todas mis emociones. Y si la eternidad o el retorno existiesen, optaría por volver a verlo de otra manera, para que así él también se olvidara por completo de mi semejanza con la naranja falsa.

(La flor se secó mientras ella le decía a él por celular que ya no lo amaba como antes…)