24-07-2009

~ Alejandro x Valentina ~

*Cuento modificado. Algunas palabras o frases han sido cambiadas o agregadas*


I Uno I

Por que no podemos ya estar juntos. Por que no estaremos más después de hoy el uno cerca del otro. Por eso me paré, tomé mi libro, mi bolso, mi chaqueta, y me apresuré en el pasillo pidiendo permiso, saliendo cuando el pito casi terminaba y la luz roja casi se apagaba. Salí casi cuando partía mi tren. Salí, y al momento de bajar di cuenta de que el marcador de páginas de Mafalda, hermosa tira roja de papel, se me había caído en el impulso.
Algunos se despedían tristes mirando sus rostros en la ventana, algunos permanecían sonriendo al aire, otros no prestaban atención a la situación y conversaban ensimismados en sus palabras y sus miradas mientras el tren iniciaba su trayecto lentamente. Tú caminabas marcando bien cada paso, cabeza agacha, en dirección a la salida de la estación de trenes. Así te vi al bajar, de espaldas a mí y yo sin saber qué hacer. No sabía cómo presentarme ante ti y explicarte lo que había hecho. No podría. Así no podría. Alimenté una idea fugaz en mi cabeza desde el preciso instante en que apareció dentro de mis ideas una posibilidad. Sí, no lo dudé ningún segundo. Corrí, sin parar. Pero no hacia ti. Contuve los ánimos que tenía de estrecharte y corrí hacia la salida intentando que no atendieras a mi presencia. Me alejé lo más posible, por entre las personas me escondí, y salí sin llamar atención alguna hacia fuera antes que tú lo hicieras. Segundos antes. Ordené un poco mi apariencia, revisando los retoques de mi pelo, de mi chaleco y de mis anteojos. Luego, me quedé inmóvil cerca de la entrada a la estación, a un costado de la estatua de arte postmoderno que adornaba la panorámica. Esperé a que salieras para reencontrarnos.

II Dos II

Salías de la estación cerca de las diez de la mañana. Era un bonito día, nublado y cálido. Al verme quedaste pasmada, y yo sin aliento. Estaba todo bien conmigo por lo menos. Te miré, y te encontré bella entre la muchedumbre que se abalanzaba hacia el exterior. Me acerqué y me presenté. Alejandro, te dije. Mucho gusto, señorita. Tomé tu mano y la besé. Tomé tu mentón y te besé en la mejilla. Pasaba por aquí y esperaba que alguien me recibiera cálidamente en mi regreso al país. Hace años que no recorro estas calles. Al ver que no había nadie me he sentido en la libertad de elegir mi acompañante, y qué más adecuada decisión que esta estupenda mujer que reluce. ¿Qué piensas? ¿Tienes algún tiempo para este caballero? Me gustaría pasear. Podríamos ir a tomarnos un café para explicarte más tranquilo toda la historia. Yo invito.
Parecías muy callada al principio, ni siquiera conocía tu nombre, pero en cierta manera tu presencia era muy acogedora. Acordamos ir a tomarnos un café a Huérfanos, y ver allí qué lugar gustaríamos visitar más tarde. Te conté los motivos de mi regreso a Chile luego de diez largos años, y de todo lo que me sorprendí al bajar en la estación y ver los cambios producidos en el lugar que memoraba. Permaneceré solo un mes acá, luego regresaré a Estocolmo a continuar mis estudios y mi vida. Pasaré este mes junto a mi familia que no veo desde que me fui a Europa. Será un tiempo confortable, familiar. Increíble. En ese momento me dijiste tu nombre: Valentina. Sonreíste. Yo también lo hice, y me preguntaste luego acerca de la capital en donde vivía, que qué tal era todo allá. Es muy bonita, te dije. Te conté de sus hermosos lugares urbanos durante la noche, con sus luces y canales de fondo, y de lo pacífico que era caminar por la orilla de la luna a tus pies, con personas y luminarias alrededor. Te hablé del buen café que preparaban en mi barrio, de sus lugares turísticos como el hermoso Museo Nórdico, y de mi anécdota con mi bicicleta y de los dos tipos que me la robaron. Cada vez te soltabas más conversándome de mí y al rato ya se había relajado todo y hablabas de ti. Alejandro y Valentina, suena bonito.
Estuvimos alrededor de dos horas dentro del café. Nos entretuvimos contándonos cosas de cada uno, conociendo partes muy curiosas y divertidas de los dos. Historias puras. Me dijiste que ansiabas viajar alguna vez por Europa, y que los Países Bajos serían un destino seguro si lo llegabas a hacer. Claro, hasta podríamos reencontrarnos ahí si vas un día. ¿Cómo sabes? Sería genial, divertido, toda una experiencia. Yo sería el que te reclutaría, para devolverte el favor. ¿No piensas lo mismo? ¿Prometes visitarme si llegas a ir? Me diste tu dirección y número telefónico y yo, mis datos respectivos. Quedamos en avisar si uno de los dos viajaba alguna vez a Santiago o Ámsterdam. Nos juntaríamos ahí. De seguro andaríamos por cada rincón de la ciudad, revolucionando los boulevards.
Durante la tarde caminamos buscando un lugar dónde almorzar. Seguíamos conversando. Fuimos a un lugar de comida japonesa, la cual extrañamente nunca había probado. Estuvo exquisita. No nos quedamos mucho rato. Salimos, no sin antes proponer la idea de escaparnos sin pagar la comida, riéndonos. Nos propusimos ir a un parque. El San Borja fue nuestro destino. Qué recuerdos. Paseamos, jugamos en los columpios, y me perseguiste intentando quitarme tu bufanda morada que había puesto sobre mi cabeza, rodeándola. Rodamos por el pasto balbuceando al cielo solo incomprensiones, nos mareamos y fingimos nuestra muerte súbita. Qué mal actriz eres. Definitivamente no te contrataría ni para un comercial. Intentaste ahorcarme con tu bufanda, cariñosamente. Nos paramos, caminamos. Parecías emocionada de estar viviendo una locura como esa. Yo igual.
De ahí fuimos al Bellas Artes. Casi nos echa un guardia por ponernos a correr y a reír por las escaleras silenciosas del lugar. Qué desordenada eres. Buenas exposiciones. Salimos y nos pusimos a leer cada nombre de los árboles en el Forestal. Aquí y allá. Qué bonito paseo. ¿Cuál es este? Veamos. Nos recostamos, miramos las nubes moverse poco a poco y las aves revolotear y cantar. Oye Valentina, ¿qué pensaste cuando viste a un extraño como yo acercarse a ti y proponerte que lo acompañaras en su regreso a Santiago? Me dijiste que pensabas que era un psicópata de los malos. Pero que no comprobarías aquello si no intentabas vivir esa situación. Qué mentira, jaja. De todas formas eres muy buena para gritar, así que los ciudadanos chilenos seguramente te hubieran salvado de la muerte. Risas en nuestros ojos. Qué tonteras decíamos. Comenzaba a hacer frío. Hora de abrigarse.
Te abracé. Nos abrazamos. Ahí, en el pasto. Sin importar nada más. Sin preocuparnos por nuestras cosas que estaban tiradas a unos cuantos metros. ¿Y si las roban? Tengo mi sobrevivencia en ese equipaje, mejor las cuidamos. ¿No crees? Dijiste que les pegarías si venían a quitarnos nuestras pertenencias. No lo dudo. Lo harías. ¿Te apetece pasar un divertido momento en un hotel? Pues vamos, a pasar el frío, ¿no? Y partimos juntos.
Antes de dirigirnos en búsqueda de un buen lugar para la noche, paseamos por la estrellada noche santiaguina de luceros urbanos, perdiéndonos entre las calles interiores. Qué romántico todo esto. Como que no encaja bien, pues deberíamos tener un simbolismo mayor entre nosotros para venir aquí, ¿no crees? Te reíste. Sinvergüenza me dijiste. Paseamos rodeando una pileta que había en el lugar. Llegamos a Salvador. Era un bonito espectáculo el de las aguas. Tomamos asiento. Nos divertíamos mirando los chorros salir una y otra vez. Murmurábamos cosas tontas e ironizábamos acerca de la situación romántica de las parejas que apestaban el lugar. Vaya, mira sin pestañear los chorros cuando comienzan a elevarse lentamente. Es genial el efecto. Es cómo “Wuoaaa”, mira inténtalo. Pensaste que estaba loco. Lo hicimos una y otra vez. Wuoaaa. Fue chistoso todo ese momento nocturno. Hermoso. Wuoaaaaaaaaaaa!.
Encontramos un lugar al fin. Decidimos entrar, consultamos y pedimos la habitación 024. Subimos, caminamos, buscamos, entramos. Dejé mi bolso cerca de la entrada, encendí las luces y me dirigí directamente hacia la cama. Me tiré boca abajo, rebotando. Está bastante ideal esto. No tendremos dolores de espalda mañana. Genial. Tomaré un baño. ¿Tú? Bueno, adelante. Te esperaré mientras conozco los detalles de los que disponemos en esta habitación para esta entretenida velada. Picarona. Me paré, escuché cómo el agua comenzaba a caer en la ducha y me imaginé tu cuerpo desnudo, mojado, muy suave. Me acerqué al balcón, y observé la ciudad repleta de estrellas urbanas melancólicas. Qué hermoso cielo, después de todo. Qué hermoso cielo.

Interludio

Y pensar que pronto dejaré de ver esto nuevamente, quizá por cuánto tiempo. Y volveré a la vida que he construido en este tiempo allá. Ámsterdam, qué símbolo de mi madurez. Qué tristeza dejar de pertenecer a un lugar buscando familiarizarse con otro desconocido, tan lejano, de lengua extraña, de tradición curiosa, de formas diferentes. Todo por mí, y por mi bien, por mi tranquilidad. Pero el costo es dejar atrás todo, tu historia hasta hoy. Todo. Dejar atrás a aquellas personas especiales, significativas, de tu vida. Aquellas que le dieron importancias a detalles, a cosas pequeñas, a cosas tontas, dentro de tu día a día. Y aquí estoy. Tratando de salvar todo esto, aunque sea por un momento. Posponerlo como una negación a lo que me espera. Solo por el hecho de que me gustaría llevarme mis memorias concretas junto a mí en el momento en que comienzo a probar cosas distintas. Pero no se puede. No puedo. Por eso tengo que despedirme, como nunca antes lo he hecho, pues será quizás la última vez. La última vez como esta. Sin duda. Lo haré. Terminaré con esto. No lo olvidaré nunca. Es la única forma que tengo para hacerlo, de lo contrario no hubiera podido expresarlo. Y lo sabe, lo comprende. Ella me acompaña en esto. Pues entiende la situación de ambos. Entiende mi camino inevitable a estas alturas.

III Tres III

Abrió la puerta. Se encontraba seca y vestida. No se había duchado. Solo había escuchado atenta pegada a la puerta. Sabía que él se había ido. Lo escuchó salir. Salió del baño. Observó. Caminó hacia la cama. Había un papel amarillo junto a un par de billetes. Lo tomó. Lo leyó. Luego sonrió. Se dirigió hacia el balcón, miró, y cerró el ventanal y las cortinas. Suspiró. El papel amarillo decía esto:

No encontré otra excusa para pasar una tarde más contigo escuchando tu voz. Tenía miedo de proponértelo, y de que aceptaras la tarde incómoda. Fue una gran idea esta, la pasé muy bien, y gracias por alimentar un sueño como el de hoy. Sinceramente te digo ahora lo que no podría haberte dicho antes, a causa del malentendido del momento: ve algún día a visitarme a Ámsterdam si puedes, te recibiré con mucho gusto. Además comprenderás mejor el por qué no pudimos estar más juntos. Me encantaría eso. Atesora los momentos de hoy, recuerda la promesa que hiciste, y sé feliz de cualquier manera. Ahora volveré a mi vida, allá, lejana. Tan distante, pero queridamente amada. Adiós, dejo esta cercanía por un cambio. Ahora quedaré tranquilo, por ti.

De Alejandro para Valentina, su gran amiga y mujer de por vida.

Tomó sus cosas, guardó el papel en su bolsillo, apagó las luces y salió de la habitación. Bajó, y al despedirse del recepcionista este la detuvo y le habló. Señorita, ¿usted es Claudia Salmeron? Sí. Daniel Bascuñán le dejó esto hace un rato. Me pidió que por favor se lo pasara cuando saliera. ¿Habitación 024, cierto? Sí. Era una fotografía, salían dos hombres. Uno de ellos era Daniel. El otro no era un conocido. Ambos tenían buena facha. Sonreían. Dio vuelta la foto, y leyó un pequeño escrito que había. Disculpa, olvidaba entregarte esto y no era recomendable volver. Ya sabes, para no arruinar el final. Decidí darte esta foto donde salgo con él. Te lo dije, no comprenderás esa parte de mi vida hasta que lo conozcas. Lo sabes, así que te esperaré ahí, en Ámsterdam…