Resignado, cerró el libro. No había caso, no era posible seguir así. Se puso de pie, tomó lo que era necesario de la habitación, su abrigo y se encaminó hacia el lugar que su deseo le señalaba.
Al subir al transporte todo le parecía distinto: las chimeneas humeaban un vaho púrpura que cubría el ambiente; las figuras se presentaban irregulares en la tierra y continuas en el horizonte, de manera que el medio en el que se movía en ese instante le parecía extraño, inabarcable e incomprensible.
"¿Cómo? si yo hago este recorrido todos los días". Luego, miró hacia el asiento junto a él y no había nadie..."Ya no está"- se dijo. El cochero le dijo: "¿seguro que desea ir tan lejos?". "Hasta el mismísimo infierno si es necesario"- respondió. El hablarle a un cochero con una capucha negra casi ni le inmutó, a pesar de que aquello no pertenecía a su realidad cotidiana.
En ese momento, en medio de la neblina púrpura que asediaba la irrealidad de su dimensión, vio un destello, un objeto que brillaba de tal manera que encandilaba a cualquier forma de vida que se atreviera siquiera a vislumbrarlo. Supuso que desprendía mucho calor, pues dejaba una estela incendiaria enorme a su paso, logrando que cada edificio que se situase en su camino maldijese el día de su concepción en el escritorio de algún arquitecto.
De alguna extraña manera reconoció al objeto. Trazó un rápido cálculo mental, como solía hacerlo, de la trayectoria de aquella pira voladora. Comprobó entonces, no sin terror, que se dirigía donde se ubicaba aquel objeto, ese cofre, que contenía lo que lo hacía humano.
"Deténgase"- le refirió suavemente al cochero. "Es imposible"- le respondió- "esto no va a parar jamás. Algunos viajan conmigo hasta el final del trayecto; otros saltan de la carroza y huyen, dependiendo de su suerte al caer". Pensó que su abrigo lo haría planear un par de segundos antes de caer al suelo. Simplemente, saltó, sin mirar atrás.
Al despertar, se sintió un poco atolondrado, pero armado del vigor suficiente para poner a salvo al cofre de una segura destrucción. Perdió a su abrigo en la caída.
Ignorando el frío o las dificultades que se le pudieran presentar, evadió los baches del camino y corrió. Corrió hasta que sus células se alimentaron de anfetaminas autoegeneradas. Finalmente, avistó aquel lugar en donde había depositado lo que el consideraba su tesoro más preciado. Abrió la puerta y allí la vio: se trataba de un ser que cubrió sus pupilas de un extraño júbilo, que no alcanzó a dimensionar o siquiera comprender. Jamás volvió a ver de la misma forma.
Era la musa de la poesía, la ninfa más preciada, el hada de las grutas. Sus ojos se dirigieron a los suyos, ya dañados, y él pudo verla y admirarla claramente. Bastaba ese brillo en su mirada y esa sonrisa inocente para saber que se trataba de aquella persona que jamás creyó ver: la que hallaría ese cofre, el cual modificaba sus tonalidades a azulejos de neón cuando lo tomaba entre sus pequeñas manos.
Lo que él no sabía es que justo en aquel momento el gigantesco proyectil etéreo encandiló a la muchacha, por lo que ella sólo alcanzó a ver su silueta. El calor insoportable le afectaba de sobremanera; él, al darse cuenta, corrió, la tomó entre sus brazos y cogió su intenso y precioso aroma. "Toma el cofre"- le dijo. "Pero no sé quién eres. Vine aquí buscando esta cajita, pero debo saber a quién le pertenece". Mientras hablaba se dio cuenta de que no podía ver con claridad, pues sus palabras se dirigían hacia otra dirección. "Primero debemos huir"- le dijo él finalmente.
Como un relámpago, la tomó y se alejaron de ese lugar. El proyectil impactó directamente en el lugar en el que se encontraba aquella pequeña cajita, la que lo impulsó a realizar las acciones que realizó.
La conmoción, el calor y el estallido terminaron por dejarla inconsciente. Con mucho dolor, comprobó que sus ojos se dañaron. Jamás podría verlo.
Entonces, concentró toda su energía restante, a la que el identificaba con su esencia, y la depositó en el cofre. Ésta adquirió, entonces, tonos rojos y purpúreos, pues al parecer se adaptó a la energía de la muchacha, que distinguía de ese color.
"No sabrás quién soy"- le susurró suavemente, mientras ella permanecía en su estado de inconsciencia. "Estoy plenamente seguro de que esto cuidará de ti" y procedió dejando el cofre sobre su vientre. Fue así como, sin que ella se diera cuenta siquiera, que él le robó un beso de su preciosa boca. Luego, tiernamente la dejó sobre un lecho que fabricó, la besó en la frente y admiró su rostro por última vez, mientras una gota de agua salada recorrió la mejilla de la chica. No estaba cerca el mar y tampoco le pertenecía a ella.
Se puso de pie, deseando que ella abriera el cofre y lo percibiera, entendiera, se pusiera de pie y pudiera verlo. No dio vuelta atrás. No lo sabrá.
Al subir al transporte todo le parecía distinto: las chimeneas humeaban un vaho púrpura que cubría el ambiente; las figuras se presentaban irregulares en la tierra y continuas en el horizonte, de manera que el medio en el que se movía en ese instante le parecía extraño, inabarcable e incomprensible.
"¿Cómo? si yo hago este recorrido todos los días". Luego, miró hacia el asiento junto a él y no había nadie..."Ya no está"- se dijo. El cochero le dijo: "¿seguro que desea ir tan lejos?". "Hasta el mismísimo infierno si es necesario"- respondió. El hablarle a un cochero con una capucha negra casi ni le inmutó, a pesar de que aquello no pertenecía a su realidad cotidiana.
En ese momento, en medio de la neblina púrpura que asediaba la irrealidad de su dimensión, vio un destello, un objeto que brillaba de tal manera que encandilaba a cualquier forma de vida que se atreviera siquiera a vislumbrarlo. Supuso que desprendía mucho calor, pues dejaba una estela incendiaria enorme a su paso, logrando que cada edificio que se situase en su camino maldijese el día de su concepción en el escritorio de algún arquitecto.
De alguna extraña manera reconoció al objeto. Trazó un rápido cálculo mental, como solía hacerlo, de la trayectoria de aquella pira voladora. Comprobó entonces, no sin terror, que se dirigía donde se ubicaba aquel objeto, ese cofre, que contenía lo que lo hacía humano.
"Deténgase"- le refirió suavemente al cochero. "Es imposible"- le respondió- "esto no va a parar jamás. Algunos viajan conmigo hasta el final del trayecto; otros saltan de la carroza y huyen, dependiendo de su suerte al caer". Pensó que su abrigo lo haría planear un par de segundos antes de caer al suelo. Simplemente, saltó, sin mirar atrás.
Al despertar, se sintió un poco atolondrado, pero armado del vigor suficiente para poner a salvo al cofre de una segura destrucción. Perdió a su abrigo en la caída.
Ignorando el frío o las dificultades que se le pudieran presentar, evadió los baches del camino y corrió. Corrió hasta que sus células se alimentaron de anfetaminas autoegeneradas. Finalmente, avistó aquel lugar en donde había depositado lo que el consideraba su tesoro más preciado. Abrió la puerta y allí la vio: se trataba de un ser que cubrió sus pupilas de un extraño júbilo, que no alcanzó a dimensionar o siquiera comprender. Jamás volvió a ver de la misma forma.
Era la musa de la poesía, la ninfa más preciada, el hada de las grutas. Sus ojos se dirigieron a los suyos, ya dañados, y él pudo verla y admirarla claramente. Bastaba ese brillo en su mirada y esa sonrisa inocente para saber que se trataba de aquella persona que jamás creyó ver: la que hallaría ese cofre, el cual modificaba sus tonalidades a azulejos de neón cuando lo tomaba entre sus pequeñas manos.
Lo que él no sabía es que justo en aquel momento el gigantesco proyectil etéreo encandiló a la muchacha, por lo que ella sólo alcanzó a ver su silueta. El calor insoportable le afectaba de sobremanera; él, al darse cuenta, corrió, la tomó entre sus brazos y cogió su intenso y precioso aroma. "Toma el cofre"- le dijo. "Pero no sé quién eres. Vine aquí buscando esta cajita, pero debo saber a quién le pertenece". Mientras hablaba se dio cuenta de que no podía ver con claridad, pues sus palabras se dirigían hacia otra dirección. "Primero debemos huir"- le dijo él finalmente.
Como un relámpago, la tomó y se alejaron de ese lugar. El proyectil impactó directamente en el lugar en el que se encontraba aquella pequeña cajita, la que lo impulsó a realizar las acciones que realizó.
La conmoción, el calor y el estallido terminaron por dejarla inconsciente. Con mucho dolor, comprobó que sus ojos se dañaron. Jamás podría verlo.
Entonces, concentró toda su energía restante, a la que el identificaba con su esencia, y la depositó en el cofre. Ésta adquirió, entonces, tonos rojos y purpúreos, pues al parecer se adaptó a la energía de la muchacha, que distinguía de ese color.
"No sabrás quién soy"- le susurró suavemente, mientras ella permanecía en su estado de inconsciencia. "Estoy plenamente seguro de que esto cuidará de ti" y procedió dejando el cofre sobre su vientre. Fue así como, sin que ella se diera cuenta siquiera, que él le robó un beso de su preciosa boca. Luego, tiernamente la dejó sobre un lecho que fabricó, la besó en la frente y admiró su rostro por última vez, mientras una gota de agua salada recorrió la mejilla de la chica. No estaba cerca el mar y tampoco le pertenecía a ella.
Se puso de pie, deseando que ella abriera el cofre y lo percibiera, entendiera, se pusiera de pie y pudiera verlo. No dio vuelta atrás. No lo sabrá.
Nota: Cuento escrito por el magnánimo amigo Lucas Fernández.
2 comentarios:
sí, ando sensible.
Buen cuento, sabes por qué?
Porque absolutamente todo es un juego de metáforas, muy exquicito.
Explota emocionalmente al final.
Recuerdo que escribí un cuento que se llama: "este mes, no" y el padre de franco, caminando junto a el, derramó algunas lágrimas en agosto. Cuya lágrima cae sobre franco (creo, ya ni me acuerdo)pero éste padre, le hace creer a su hijo que estaba comenzando a llover.
No hay mar, no hay llovizna, menos lluvia...
la wea triste
En mi rato de insomnio pasé por tu blog y comencé a leer, y vaya cuando llegue a este cuento quede u.u, no pude seguir leyendo ando muy mamona y me afecto este cuento. Está finamente, hermosamente, y todos los mentes positivos bien escrita... Que tristeza ni siquiera puedo escribir, quedan cortas las palabras ante un relato como este.
Bueno cuídate mucho Javi y saludos al autor de este cuento (dile que lo odio porque una escribe lindo y dos me hizo emocionar u.u y tres mmm no hay tres já!).
Adiosin :)
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