La despliego cuidadosamente y comienzo a buscar. Recordaba haberla puesto junto al montón de papeles ocultos en el compartimento inferior en el centro. Saco todo, y voy discriminando rápidamente los cachureos interiores, pasando por tarjetas amistosas, una carta ya superada y dos fotografías significativas. La primera de estas era una de ella, que me entregó el último día antes de marcharse. Se mostraba muy joven, reflejo único de los días que pasábamos juntos persiguiéndonos. No lo olvido. La segunda era una imagen que me revolucionaba internamente, como si se tratara de alcanzar aquello en la distancia, lo anhelado, aun a pesar de ciegamente no ver el evidente fracaso: era una foto de mi infancia. Tenía alrededor de cinco años en ella, pero no recuerdo muy bien nada de aquel tiempo. Es extraño, triste, no poder memorar los momentos que tanta nostalgia traen cada día a tus experiencias. Siguen ahí, saltando, pero los he escondido lejos de mi memoria cercana. Decidí hacerlo.
Me encontraba sentado observando al parecer mis pies, lo que no me convencía más que la posibilidad de estar perdido en la arena. Quizás qué observaba. No lo recuerdo, ni siquiera a quien me sacó la foto en aquel amado lugar. ¿Por qué no miraba a la cámara? Me encontraba de espaldas, distraído tal vez, y seguía sin recordar detalle alguno de ese instante. Lo que sí recuerdo es la sensación del mar, el cómo la brisa mantenía fresco mi cuerpo, movía mis cabellos frágiles y me invitaba a cerrar mis ojos lentamente: sentía volar, sentía perderme en el viento fantástico. Aun cuando me aferraba cada vez a la tierra palpando la madera, mis emociones se elevaban con las gaviotas por entre las nubes, y se movían dulces y bellas dando giros y embelleciendo las caídas en picada desde lo alto para detenerse rápido y ascender, ascender cada vez más, llenándome, purificándome, acompañándome totalmente en mi pequeña soledad. Aquella playa de mis recuerdos nunca me abandonó, pero no podía alcanzar los momentos de antaño, aquellos de las historias, aquellos por los que muchos se ríen o terminan cabizbajos, aquellos de los que decidí huir un día. Sí, los abandoné. Y lo hice por que los amaba. Lo hice por que no podía volver a ellos. Lo hice por que la inocencia de la realidad estaba ya perdida, y mis ojos, apenados ya de observar la infinidad reinante, lo opacaron todo.
Me encontraba solo, frente al mar, con las olas rompiendo en las rocas, y las aves sonando armoniosas. No sé si lo invento o no, pero las emociones me acompañan. No puedo recordar lo concreto, el momento. Pero me basta sentir. Sí, sentir esto y aquello, y junto a mi mente recrear una tarde ya desvanecida por los años, revivirla, atesorarla y hacerla brotar dentro de mí, como nuevas energías, para un par de nuevos días. Sí, eso.
Y en mi habitación solo, continúo el intento de justificarme en el pasado. Sin darme cuenta observo nuevamente la foto, con mis ojos húmedos, mis manos temblorosas y mi sonrisa quebrada. Pareciera que llueve ahora, pero no fue así antes. Por que al escuchar el sonido de la cámara me doy la vuelta, distraído, y pierdo de vista al bicho bajo las arenas. Ya no sé donde se habrá metido. Se ha zambullido y quizás ha vuelto camino a casa. Bajo, y busco ahora con mis manos. Desordeno la arena, pero nada. Y al pararme, e intentar decir palabra alguna, mis ojos son tapados por tus dos reconocibles manos. Las saqué de mi rostro alegre, me voltee, y te abracé amando tu compañía siempre ausente. Tu, aquel día a mis cinco años…
Me encontraba sentado observando al parecer mis pies, lo que no me convencía más que la posibilidad de estar perdido en la arena. Quizás qué observaba. No lo recuerdo, ni siquiera a quien me sacó la foto en aquel amado lugar. ¿Por qué no miraba a la cámara? Me encontraba de espaldas, distraído tal vez, y seguía sin recordar detalle alguno de ese instante. Lo que sí recuerdo es la sensación del mar, el cómo la brisa mantenía fresco mi cuerpo, movía mis cabellos frágiles y me invitaba a cerrar mis ojos lentamente: sentía volar, sentía perderme en el viento fantástico. Aun cuando me aferraba cada vez a la tierra palpando la madera, mis emociones se elevaban con las gaviotas por entre las nubes, y se movían dulces y bellas dando giros y embelleciendo las caídas en picada desde lo alto para detenerse rápido y ascender, ascender cada vez más, llenándome, purificándome, acompañándome totalmente en mi pequeña soledad. Aquella playa de mis recuerdos nunca me abandonó, pero no podía alcanzar los momentos de antaño, aquellos de las historias, aquellos por los que muchos se ríen o terminan cabizbajos, aquellos de los que decidí huir un día. Sí, los abandoné. Y lo hice por que los amaba. Lo hice por que no podía volver a ellos. Lo hice por que la inocencia de la realidad estaba ya perdida, y mis ojos, apenados ya de observar la infinidad reinante, lo opacaron todo.
Me encontraba solo, frente al mar, con las olas rompiendo en las rocas, y las aves sonando armoniosas. No sé si lo invento o no, pero las emociones me acompañan. No puedo recordar lo concreto, el momento. Pero me basta sentir. Sí, sentir esto y aquello, y junto a mi mente recrear una tarde ya desvanecida por los años, revivirla, atesorarla y hacerla brotar dentro de mí, como nuevas energías, para un par de nuevos días. Sí, eso.
Y en mi habitación solo, continúo el intento de justificarme en el pasado. Sin darme cuenta observo nuevamente la foto, con mis ojos húmedos, mis manos temblorosas y mi sonrisa quebrada. Pareciera que llueve ahora, pero no fue así antes. Por que al escuchar el sonido de la cámara me doy la vuelta, distraído, y pierdo de vista al bicho bajo las arenas. Ya no sé donde se habrá metido. Se ha zambullido y quizás ha vuelto camino a casa. Bajo, y busco ahora con mis manos. Desordeno la arena, pero nada. Y al pararme, e intentar decir palabra alguna, mis ojos son tapados por tus dos reconocibles manos. Las saqué de mi rostro alegre, me voltee, y te abracé amando tu compañía siempre ausente. Tu, aquel día a mis cinco años…
Nota: Este cuento se relaciona con "1, 2, 3... 4.", sus ideas, imágenes e idéntica nostalgia.
4 comentarios:
Los mejores... porqué son sinceros, los mejores porqué no cuentas historias romanticonas que me parecen gastadas... o por lo menos olvidadas ya muy lejos.. en un pasado, muy enterrado, a la fuerza pero enterrado! el lobo te tapó los ojos! saludos javier :)
yo te tapé los ojos :$
xD
jajajaja seee el lobo... XD
grax, eres de aquellas que
gustan de este tipo de cuentos.
pos te escribiré más después XD
¡Javier esta hermoso!
¡Me hiciste llorar mierda! ando terrible dipres y esto me hizo recordar cuando yo era pequeña, gracias...
Chao, se te quiere loquito =)
Ale....
Emmm está lindo, al final logró recordar y meterse en la situación de la arena. Es genial cuando tu memoria te da sorpresas, como que se viene una explicación de vida, incluyendo un amor de antaño. Como que sería un comienzo de un gordo libro D:... pero no.
(K)
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