15-03-2009

~ 1, 2, 3... 4. ~


Mis tres grandes hermanos. Muchas fotos habían en la caja, pero sin duda las que más me intrigaban eran las de ellos tres haciendo cada tontera juntos. Eran pocas ocasiones en las cuales las reuniones familiares daban el paso para una de aquellas aventuras lejanas que tanto agradaban a los viejos y jóvenes de su generación. Claro, personas como yo no pueden recordar bien esas cosas, ni siquiera comprenderlas del todo. Pero suelo preguntar bastante. Mas en el momento cuando me encuentro solo con sus imágenes, recreo las respuestas. Qué curiosas. Siempre me he cuestionado el por qué yo nunca tuve tal cantidad de fotografías. Seguramente habrá pasado algo que lo impidiera. Tal vez no. Tal vez fue el cambio de casa. Y poco a poco voy observándolas, entretejiendo los fragmentos que tengo en mi mente y soñando los momentos únicos que debieron pasar juntos los tres. Qué envidia. Lo poco que recuerdo de aquellos años no lo recuerdo junto a ellos. Quizá por qué será. Sí, son muy lejanos.
Aquel invierno. Corrían los tres por debajo de la mesa haciendo tambalear sus patas y casi logrando volcar un vaso de agua que se servía mi abuela. Continuaron corriendo, no haciendo caso alguno de la histeria de mamá. Ocho, diez, doce. Juntos revivían el desorden cada vez, cada nuevo día. Afuera hacía frío, pero estaban bien abrigados. Nunca les faltó aquello. La hora de almuerzo ya se había esfumado, y todos perdieron sus miradas en el exterior, en la cocina, en el fútbol por el televisor. Ellos proseguían. Sus bananos llenos de bolitas resonaban con cada uno de sus saltos por entre el barro y las plantas. Cuidado! Se cayeron algunas, se pelearon por ellas, rieron, empujaron, gritaron, callaron, rieron, caminaron. Persiguieron al ya viejo perro que descansaba bajo la ventana, luego de despertarlo con continuos tirones y zamarreos. Kasán, Kasán, le llamaban juntos. Lento, se movía muy lento. Lo sobrepasaron y se olvidaron de él por un momento. Subieron a la negra reja y le gritaron al chico Juan, su amigo, que se acercara. Probablemente volvía de comprar. Sonrieron. Carcajadas, juntos. Bajaron, corrieron nuevamente, saltaron los maceteros, evitaron al perro perplejo, y se detuvieron en seco frente a papá que los esperaba. Papá… aquel hombre. Es él el que los detuvo. Una mirada y un par de palabras bastaron para que se terminara el ruidoso jueguito. Fumaba en aquel entonces. A ellos no les gustaba el humo del cigarro que se expandía a su alrededor. Se alejaron poco a poco intranquilos. Papá logró retener a uno de los tres, mientras los otros escapaban hacia la reja eufóricos, asustados. Papá se dirigió hacia ellos sosteniendo al cautivo entre sus brazos, y Lo besó y abrazó, una y otra vez. Y en ese momento comenzó a chispear. Aquella tarde llovió bastante fuerte. Hacía frío. Mucho, lo recuerdo. Detrás de papá se encontraba mamá. Esta sostenía fuertemente con su mano izquierda el chaleco de papá. Y se volvieron a reunir subiéndose a la reja los tres, y mirando hacia el cielo esperaron a por las gotas de lluvia que cayeran sobre sus rostros. Mamá los llamó a entrar. Sostenía una sonrisa triste cuando los veía de esa manera juntos. Los tres eran felices.
Lo recuerdo. Aquella tarde mamá salió al patio a buscar a los desordenados que se divertían despreocupados, sin tomar en cuenta ya el hecho de haber sido reprendidos el día anterior. Ahora buscaban la nieve. Sí, nevó aquella tarde, como casi nunca ocurrió posteriormente. Mamá me sostenía y me mantenía asegurado del frío exterior junto a sus cálidos brazos. Claro, lo recuerdo. Era el cuarto. Los vi aquella vez juntos, sonriendo, saltando y dando vueltas alrededor de los charcos que salpicaban, mientras los copos de nieve blancos adornaban el jardín y sus cabezas. Nos miraron, a mamá y a mí. Nos sonrieron alegres. Y corrieron luego rodeándonos a ambos. Qué lejanos días. Pude verlos esa vez, pero nunca pertenecí a sus historias. Solo las fotos quedan de los tres; en algunas desobedientes sin control y en otras preocupados hermanos por el menor. Solo eso. Lejanos míos que no son más que anhelos en mis recuerdos. Los tres, siempre los tres.

Nota: Cuento editado. Algunas palabras fueron cambiadas, mas nada muy significativo.

4 comentarios:

SaGa dijo...

la historia de tu vida =)

Anónimo dijo...

1,2, 3.... 4 el mejor ♥ Simplemente y cómo nunca... hace mucho tiempo... sentí, por eso es el mejor, no porqué sea la historia de tu vida, tal vez la mía sería igualmente relatada, pero no de ese modo vivida... comprendidaa... querida... extrañada :)

٩๏̯͡๏)۶ Ricardo (Zeta) dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
٩๏̯͡๏)۶ Ricardo (Zeta) dijo...

Wau... seguramente con una más música triste de fondo de la que tenía, demás que hubiese llorado como cocodrilo o como magdalena, si es verdad que los cocodrilos y las magdalenas lloran desconsoladamente.

No sé si es tu propia vida, emm me parece raro que tú te puedas sentir tan aislado en tu propia casa; no eres así, tienes otra forma, debieron haber sido tus momentos. Supongo que exageraste, que es la gracia de todo, al menos para mí :P.
Supongo que todos hemos tenido esa sensación de exigir pertenencia a gente que debiera dártela. Peor, es que la anheles aún, como una nostalgia vencida pero latente.
Así de penoso eres Javier.

Yo que soy más ególatra, seguramente me sentiría diferente y feliz de ser el único con sus propias historias, sus propios amigos y todo mío... y ellos son unos copiones deformes que más encima se les ocurre nacer en tiempos más o menos juntos y que fueron más tíos para mí que hermanos (habrá que argumentar con toda estupidez tu situación) y que jueguen entre ellos mientras yo me vicio con el nintendo.

pd: Fui yo el de arriba, que decía lo mismo, pero algo pasó :s