Comienzan arrancándole las piernas brutalmente. La sangre se dispara por el suelo helado como un torrente indomable. Los gritos son como el sonido del mismo infierno, y ya no puedo distinguir entre los de él y los míos. Solo vocifero caos desde mi garganta, y mis sentidos se confunden cada vez que veo frente a mí sus ojos llenos de lágrimas retorcerse de sufrimiento e incomprensión. Esta es mi violenta realidad.
Variadas herramientas utilizan para llevar a cabo sus horrendos actos sobre aquel niño, que vacila entre la preciada conciencia y la cruel mortandad. La sangre se mantiene escurriendo, y su sobriedad comienza a disiparse cada vez más rápidamente. Segundos, son nada más que simples segundos. Luego, vuelven a hacerlo con cada uno de los dedos de sus pequeñas manos. Con un cuchillo. Uno por uno. Un grito cada vez. Más lágrimas, desesperación y locura se dibujan desparramadas como fotografías. Ya no tengo voz para no sentirme impotente. No podría hacer nada más que cerrar mis ojos. Pero si lo hago lo abandono. Y no lo haré. Me quedaré soportándolo, sí. Mientras, terminan con los diez para continuar ahora con sus ojos y sus orejas. Tarde, el niño pareciera ya no reaccionar. Lo hacen por mí. Su sangre sigue saliendo desde sus focos mutilados. Pero ellos no han acabado aun conmigo. Continúan. Faltan sus brazos. Los arrancan lentamente cortándolos con horrendas sierras heladas. Ambos se desprenden. La sangre explota nuevamente. El color de su piel es irreconocible ahora. De pronto su cabeza agachada por la inconciencia es levantada violentamente por uno de los hombres. La mantiene en alto agarrándola desde el pelo. Puedo ver sus ojos desorbitados. No lo creo. El hombre toma un cuchillo y comienza a deslizarlo por su cuello, una y otra vez, mientras se escuchan chirridos entrecortados y gorgoteos aterradores. No sé si toda la sangre que desparramó en esos minutos su cuerpo alcanzó mi rostro. No, ya no puedo recordar tal detalle. Solo veo el rojo fuego por todos lados. Mi alma se encuentra bañada por el sudor del horror y de la tristeza más desagradable. No lo acepto.
Finalmente la amputación se hace efectiva con sus estruendosas risas. Las risas por haber terminado aquel trabajo frente a mí. Las risas por haber asesinado de esa manera a un niño. Hijo mío, no alcanzaste siquiera la brisa de tu noveno cumpleaños. Qué regalo de temporada te he entregado. Perdóname. Mi locura máxima es la prueba. Mi vida. El solo hecho de recordar estas imágenes me arrastra a lo ilógico de la humanidad. De todos. De ellos. Sí, lo lograron. Ya no puedo sobrellevar esto. No puedo volver a mirarte de otra manera que muerto durante las noches. Ya no me dejas en paz. Por eso, por que no aguanto, dejo esto como rastro y me lanzaré. Solo un salto, y listo. Terminaré. Claro, prepararé todo primero en este enfermizo y grisáceo hogar silencioso.
Variadas herramientas utilizan para llevar a cabo sus horrendos actos sobre aquel niño, que vacila entre la preciada conciencia y la cruel mortandad. La sangre se mantiene escurriendo, y su sobriedad comienza a disiparse cada vez más rápidamente. Segundos, son nada más que simples segundos. Luego, vuelven a hacerlo con cada uno de los dedos de sus pequeñas manos. Con un cuchillo. Uno por uno. Un grito cada vez. Más lágrimas, desesperación y locura se dibujan desparramadas como fotografías. Ya no tengo voz para no sentirme impotente. No podría hacer nada más que cerrar mis ojos. Pero si lo hago lo abandono. Y no lo haré. Me quedaré soportándolo, sí. Mientras, terminan con los diez para continuar ahora con sus ojos y sus orejas. Tarde, el niño pareciera ya no reaccionar. Lo hacen por mí. Su sangre sigue saliendo desde sus focos mutilados. Pero ellos no han acabado aun conmigo. Continúan. Faltan sus brazos. Los arrancan lentamente cortándolos con horrendas sierras heladas. Ambos se desprenden. La sangre explota nuevamente. El color de su piel es irreconocible ahora. De pronto su cabeza agachada por la inconciencia es levantada violentamente por uno de los hombres. La mantiene en alto agarrándola desde el pelo. Puedo ver sus ojos desorbitados. No lo creo. El hombre toma un cuchillo y comienza a deslizarlo por su cuello, una y otra vez, mientras se escuchan chirridos entrecortados y gorgoteos aterradores. No sé si toda la sangre que desparramó en esos minutos su cuerpo alcanzó mi rostro. No, ya no puedo recordar tal detalle. Solo veo el rojo fuego por todos lados. Mi alma se encuentra bañada por el sudor del horror y de la tristeza más desagradable. No lo acepto.
Finalmente la amputación se hace efectiva con sus estruendosas risas. Las risas por haber terminado aquel trabajo frente a mí. Las risas por haber asesinado de esa manera a un niño. Hijo mío, no alcanzaste siquiera la brisa de tu noveno cumpleaños. Qué regalo de temporada te he entregado. Perdóname. Mi locura máxima es la prueba. Mi vida. El solo hecho de recordar estas imágenes me arrastra a lo ilógico de la humanidad. De todos. De ellos. Sí, lo lograron. Ya no puedo sobrellevar esto. No puedo volver a mirarte de otra manera que muerto durante las noches. Ya no me dejas en paz. Por eso, por que no aguanto, dejo esto como rastro y me lanzaré. Solo un salto, y listo. Terminaré. Claro, prepararé todo primero en este enfermizo y grisáceo hogar silencioso.
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